Desperté temprano hoy sábado, me hice una taza de café negro, bien dulce, agarro mi bicicleta y salgo a repartir los periódicos como de costumbre por las calles de Tallaboa. Ya Agustín con su sombrero blanco y reservada sonrisa, abrió la tienda, así que me detengo y compro media libra de pan de agua caliente y la meto en la bolsa de los periódicos para comer mientras recorro el barrio. Ese olor del pan me vuelve loco, que sabroso huele y que incomparable sabor.
En la tienda me encuentro con Georgie Avilés, quien llegó a comprar pan, vestida con una bata de flores adornando su piel morena, arrastrando sus chancletas con cada paso, sonriente como siempre y su eterno guiñar de ojos. Buenos días Georgie, le digo. ¿Cuando te casas? Le pregunté. Un día de estos, estoy buscando novio, me dice. Que tengas un buen, le digo al despedirme, y se vá sonriente con su cabeza baja, su chancletear y lento caminar, con una libra de pan debajo de su brazo.
Al lado de la tienda, sentado en las escaleras está Don Valentín, Valento, con su caneca de ron al lado. Buenos días Don Valentín, lo saludo. Buenos días, me contesta, con su sincera sonrisa a medias, y con su usual hablar enredado por la huma que le acompaña. No se olvide que papi lo espera para que le desyerbe el patio, le recordé. Sí, yo paso por allá cuando se me pase la huma, el contestó. Le sujerí. chúpese dos ó tres chinas de esas que tiene ahí Agustín pa’ que coja ánimo. Que tenga buen día, me despido y me voy pedaleando.
Cuando llego al El Pueblito a recoger el San Juan Star, ya Don Gelo esta despierto listo para salir en su Cushman. Buenos días Don Gelo, como está. Muy bien, contesto él, “otro día en paradíso”, añadió. Claro que si, le dije, para mi todos los días son un día en “paradíso”. Pa’ donde va tan temprano, le pregunté. Voy pa’l pueblo, a buscar mercancía pa’ la tienda. Bueno, que tenga buen día, coja por la orillita, le dije, y el arrancó en su motora de tres ruedas, vestido de kaki, con sus gruesos espejuelos en dirección a Ponce.
Miro momentáneamente y veo la escuelita al frente de la tienda, y recuerdo en un instante, mi salón de kindergarten. Que gratos y cálidos recuerdos. El tiempo apremia y la gente espera el periódico así que apresuro el pedaleo. Llego a casa de Mrs. Díaz, la maestra de inglés. Ella esta sentada en el balcón con su esposo Don Joe, esperando el periódico, y tomando café. Good morning Mrs. Diaz, le saludé. Good morning Edil. ¿How are you? I am fine, thank you. Le contesto como si estuviera en la clase. Inmediatamente recuerdo lo cómico que es cuando ella abre su cartera y suena la alarma que tiene en ella. También recuerdo el día en que Manuelito, Manuel Alicea, que en paz descanse, le pone una tachuela en la silla del escritorio de ella. Que indignación le causo a ella, y no era para menos, pues hasta el elegante pantalón amarillo se mancho con sangre. No sé porque pero pienso que todos los muchachos de la clase se disfrutaron el evento aunque nadie se atrevió a reírse. En otra ocasión, en una de esas de trifulcas que causaba Manuelito, el salió del salón súper molesto y mientras subía las escaleras del puente le grito hacia el salón que le iba cortar con un machete las "grandes" de Cayey que ella tenía. Siempre me rio cada vez que recuerdo ese incidente.
Paso al frente de la casa de los Valedón en la primera calle, y allí esta sentado en el contador de agua de los Bauzá, Don Juanito, Don Juan sin miedo. Buenos días Don Juanito, ¿qué hace despierto tan temprano? Con su cigarro en la mano, su hablar pesado, y ronco por los noventa y tanto años que tiene, me dice, aquí mijo, no puedo dormir, pues no quiero que me encuentre durmiendo. ¿Quién? Le pregunto yo. La muerte mijo, la muerte. A mí no me coge durmiendo, yo pa’l paraíso no voy todavía, me dice. No lo culpo, le digo yo, a la verdad que aquí el “paradíso” esta bueno, y no hay que tener prisa. Tiene todavia hasta los 105 años, así que disfrute lo que le queda. Que pase buen día, me despido. Y todos los días yo veo a Don Juan, pasearse por la primera calle, alto, elegante, con su piel morena y su lento caminar, sin prisa, como el de quien no quiere llegar a ningún lado.
Cuando paso por el Boquete, veo a los pescadores descargando sus botes, después de haber pasado la noche en altamar, así que voy para allá. ¡Wao! ¡Que clache e’ langosta! ¡Y mira ese pargo! ¿Como cuánto pesa ese peje? Ese pesa como 50 libras, me dice Noé, el de los Flores, con su bronceado natural y timida sonrisa. ¿Qué más cogistes? Le pregunto. Ahí traje arrallao, chillos, pulpo, carrucho y juey dormio, contesto él. Ah pues se lo voy a decir a papi pa’ que venga a comprar. Adiós, dije mientras continúo mi ruta.
Al salir del Boquete subo hasta la segunda calle, bajo la cuaesta de Don Tano, y al pasar frente a Don Agustin El Barbero el ya tiene a alguien en la silla recortandolo. Edil, estas pelú, te hace falta un recorte, ven pa' aca. No, si me voy a dejar crecer un afro antes de que se me caiga el pelo, le contesto yo mientras pujo al subir la cuesta en la bicicleta.
Mas adelante en la tienda de Nigaglioni me encuentro con don Rafa, Mala Rueda. Buenos días Don Rafa, como está, le digo. Aquí mijo a buscar unas cosas que necesito pa’ esta noche, que tengo las Fiestas de Cruz en casa. Ah sí, yo las oí anoche desde mi casa. Se oyó bien, le digo por cortesía. Pues que tenga usted buen día, y guie con mucho cuidado, le digo al marcharme recordando lo mal que guía. Dale saludos a Don Quique y Doña Ramonita me contesta él. Serán apreciados, grité yo mientras me alejo en la bicicleta.
Continúo hasta llegar a la gran cuesta, la de Doña Soti, donde me detengo para dejarle el periódico, y luego de de disfrutar el sabroso café que ella me ofrece, subo hasta la tercera calle. Al llegar al negocio del papá de Chiro Melendez en la tercera calle me encuentro con el escobero, señor de baja estatura, trigueño por el sol, pelo negro lacio, con su ropa ajada, y humilde manera, que bajaba del monte por la cuarta calle, con su carretilla de madera llena de palmas para escobas. Como nunca me acuerdo de su nombre sólo le digo “buenos días, ya recogió las palmas pa’ las escobas”. Si mijo, siempre voy tempranito pa’ que el sol no me castigue. Ahora voy pa’ hacer unas cuantas escobas que me pidieron. Pues cuando pase por casa, lláme, porque la última que mami compró ya está en lo último y creo que se necesita otra, le digo. Está bien, yo paso por allá cuando termine, contesta él. Pues nos vemos que tengo prisa porque ahorita vamos los muchachos del grupo a salir, le digo yo. ¿Y pa’ donde van? Pregunta él. Creo que vamos pal Castillo, el de Mario Mercado, que esta allá abandonado en los montes detrás de la CORCO. Ah sí, dijo él, ese lugar da miedo, yo iba allí a llevar escobas cuando ellos todavía vivían allí, pero nunca más he vuelto desde que lo cerraron. ¡Tengan cuidado! Exclamó él mientras yo me alejé.