Para leer la primera parte click aqui: Otro Día en "Paradiso": Encuentro Cercano en Tallaboa
Para leer la segunda parte click aqui: Otro Día en "Paradiso": Encuentro Cercano en Tallaboa, Segunda Parte
Es una fresca noche de diciembre de algún año de los 70. Me encuentro en la vieja iglesia de mi barrio, la cual está abarrotada de creyentes que han acudido a celebrar la misa de gallo. Allí están todos aquellos que acuden regularmente, y muchos de los que sólo van durante semana santa y navidad. No hay un asiento vacío y varios niños pelean entre sí para poder sentarse. Al frente, un nacimiento viviente adorna el altar mientras el coro llena el aire de villancicos a varias voces como de costumbre, acompañados por el cuatro, guitarras, güiro, maracas, y panderetas. Los monaguillos pelean contra el sueño, bostezo tras bostezo, contagiando al que los mira. Entro a la iglesia y me dirijo al atrio superior en un intento por encontrar asiento, donde debo permanecer de pie en frente de una ventana al no encontrar alguno. Mientras canto al compás de la música, miro a la distancia las montañas de Peñuelas, donde las luces callejeras tiemblan de frío en la noche oscura. También puedo ver a la distancia prendiendo y apagando las luces navideñas de las decoraciones de las casas más cercanas.
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Es una fresca noche de diciembre de algún año de los 70. Me encuentro en la vieja iglesia de mi barrio, la cual está abarrotada de creyentes que han acudido a celebrar la misa de gallo. Allí están todos aquellos que acuden regularmente, y muchos de los que sólo van durante semana santa y navidad. No hay un asiento vacío y varios niños pelean entre sí para poder sentarse. Al frente, un nacimiento viviente adorna el altar mientras el coro llena el aire de villancicos a varias voces como de costumbre, acompañados por el cuatro, guitarras, güiro, maracas, y panderetas. Los monaguillos pelean contra el sueño, bostezo tras bostezo, contagiando al que los mira. Entro a la iglesia y me dirijo al atrio superior en un intento por encontrar asiento, donde debo permanecer de pie en frente de una ventana al no encontrar alguno. Mientras canto al compás de la música, miro a la distancia las montañas de Peñuelas, donde las luces callejeras tiemblan de frío en la noche oscura. También puedo ver a la distancia prendiendo y apagando las luces navideñas de las decoraciones de las casas más cercanas.
Mientras canto, mi mente deambula sonámbula, debido a las múltiples madrugadas
de sueños perdidos para asistir a las misas de aguinaldo los días anteriores.
Observo un singular y colorido arbolito a la distancia, del cual de pronto se
desprenden dos pequeñas luces, una verde y una anaranjada, las cuales comienzan
a flotar en el aire mientras giraban como si estuvieran sujetadas entre si.
Parpadeo repetidamente en un intento de despertarme del aparente sueño que
estoy teniendo, pero solo logró convencerme de que lo que estaba viendo no era
producto del sueño, sino de algo irreal, de algo que existe sólo en la
imaginación, los sueños y las pesadillas.
¿Pero será posible lo que estoy viendo? Me pregunto a mí mismo. ¿Habrán
vuelto mis viajeros amigos como lo prometieron que lo harían durante nuestro
último encuentro? Bajo las escaleras desde el atrio superior y me dirijo afuera
de la capilla mientras buscó las juguetonas luces que bailaban entre sí. Las
observo siguiendo su ondulada trayectoria, subiendo alto en el cielo, luego
bajando en picada hasta casi estrellarse contra la tierra, para luego elevarse
nuevamente a gran velocidad. También puedo observar a lo alto del firmamento
algo parecido a una aurora boreal de color grisácea desplazarse lentamente en
dirección a la playa.
Pierdo
de vista las juguetonas luces por lo que busco insistentemente mirando en todas
direcciones. A todo esto nadie más parece percatarse de lo que está sucediendo
a pesar que hay varias personas en el patio de la iglesia. En cambio yo,
debatiendo entre el miedo y la excitación por lo que estoy viendo no puedo
mediar palabra, me quedo mudo. A pesar de que son apenas pasadas la media
noche, el cielo sobre mi comienza a esclarecer como si fueran las seis de la
mañana. De manera casi imperceptible comienzo a notar moviéndose lentamente a
gran altura, algo parecido a un gigantesco copo de nieve circular que cambiaba
de colores, en tonos neones, azul, amarillo, verde, azul, amarillo,
verde, repetidamente.
Me transporto mentalmente al momento de despedida durante el segundo encuentro
cercano en Playa Alegre, los colores de la nave bajo el agua eran iguales, pero
el tamaño de la que ahora veo era decenas de veces más grande. Flotaba en el
cielo moviéndose hacia el sureste, hacia la costa, mientras sus opacas luces
pulsaban lentamente. Me da poco de temor por lo que me paré contra la pared del
lado éste del edificio, como para esconderme, como si me estuvieran observando.
Alguien entra por el portón de la iglesia y me ve mirando hacia arriba, e
instintivamente voltea a mirar, entonces me pregunta, ¿qué miras? Nada, sólo
espero a que pase Santa Claus en su trineo, le dije riéndome. Ya tu estas viejo
para creer en Santa Claus, dice. Nunca se es viejo para creer en trineos u otras cosas voladoras. Mire esas estrellas, ¿qué bonitas están verdad? Sin
darle pista que yo estoy viendo algo. Sí preciosas, dijo volteándose
nuevamente. Al no ver reacción alguna de su parte, entendí que sólo yo podía
ver lo que estaba aconteciendo.
¿Porque, porque sólo yo puedo ver eso? Me pregunto a mí mismo repetidamente.
Momento después diviso nuevamente el par de luces danzantes dirigirse en
dirección de la playa, por encima del parque de pelota del el barrio, pero las
pierdo de vista detrás de los arboles. Me separo de la pared y camino hacia el
portón de entrada mientras miro en dirección al camino que va hacia el parque
de pelota. Aún sin poder ver nada, camino rápidamente hacia el frente de la
tienda de Don Goyo, la cual está justo a la entrada del camino que entra hacia el parque.
El resplandor de la luna llena que sube ahora provee bastante luz para poder
ver a donde me dirijo. El gigantesco círculo de colores en forma de copo
de nieve sigue desplazándose hacia la costa. Aunque tengo temor, sigo caminando, casi corriendo, pasado el parque adentrándome por las veredas que llevan hacia los lagos de
sal que bordean la costa. Recordando mis experiencias anteriores, donde no
había pasado nada malo en mis encuentros, tomo valentía y sigo hacia la playa del barrio, Playa Alegre.
Puedo ver con más claridad el gran disco que ahora flota un par de millas fuera
de la costa, mientras las pequeñas luces juguetean rápidamente a su alrededor.
Para cortar camino, tome el angosto puente que cruza por el medio de los lagos,
caminando cuidadosamente para no perder el balance, o que se me fuera un pie
entre los separados tablones de éste. Camino como hipnotizado por las luces
hasta llegar a la playa justo frente a la montaña de sal, la cual había sido
recientemente traída para ser procesada desde alguna isla caribeña. Con el
corazón latiendo casi por salir de mi pecho, no sé si por la corrida o por el
miedo, trepo con dificultad por la parte trasera de la montaña de sal,
resbalando en los grandes granos sueltos, pintados de plateado por la luna, con
esperanza de no ser visto.
Volteo y miro hacía el barrio el cual parece un gran árbol navideño adornado de
extremo a extremo. Que bello mi barrio, me digo a mi mismo. Volteo y miro hacia
el mar nuevamente y veo como el gran disco de pronto absorbe las dos pequeñas
luces por uno de sus lados, con lo que pareció ser un pequeño relámpago. La
nave está ahora como a dos mil pies de altura sobre el agua cerca del Cayo
Marialanga, cuando como una docena de luces multicolores que salen del mar sube
y entran dentro de la gigante nave. Yo estoy temblando, tal vez por el sudor y
frío que me envuelven, tal vez por el punto de pánico que ahora me
arropa.
El gran disco ahora se desplaza en dirección a la termoeléctrica en Guayanilla,
y un gran rayo de luz potente color verde sale de él, posándose sobre lo que
parece ser las instalaciones petroquímicas Union Carbide en la costa. Recuerdo
inmediatamente la explosión y fuego que sucedió en la planta frente a la gomera
El Cubano años atrás, y la nave que vi sobre el lugar en aquel momento. El rayo
de luz es tan intenso que apenas puedo mirarlo. Su intensidad es como la de un
arco de soldadura, pero verde neón intenso.
Cabummmmmm, una gran explosión se escucha seguida por llamaradas que se elevan
cientos de pies en el aire, iluminando todo el cielo. Del susto, me voy rodando
abajo por la montaña de sal, pero vuelvo y subo para seguir mirando. Es obvio
que esta gente o lo que sean no son los mismos con quien yo me encontré la vez
anterior, pues aquellos eran pacíficos y no creo que harían algo así, pensé. Ahora
sí que el miedo se está apoderando de mí, por lo que me deslizo montaña de sal
abajo, y salgo corriendo en dirección a El Boquete, el pequeño sector costero
al sureste del barrio. Miro hacia atrás mientras corro y noto como la gran nave
comienza a opacarse hasta que no la pude ver más. Aún estaba quieta en el mismo
sitio cuando la perdí de vista, y curiosamente no hay ningún reflejo de la luna
en ella, como si fuera de un material mate, sin brillo.
Llego a la carretera militar y cruce hacia la Primera Calle del barrio por
donde me dirijo a casa. Minutos más tarde escucho en el silencio de la noche
las sirenas de los camiones de bomberos y ambulancias que se acercan para
responder a la emergencia. Miro hacia el mar mientras camino pero ya no veo
nada, solo las grandes llamaradas que se levantan a la distancia. Al pasar por
el colmado de Tolín, frente a la fábrica de sal, veo a Don Valentín, el
borracho habitual del barrio, sentado en las escaleras del negocio con su
caneca de ron en la mano. Feliz Navidad Don Valentín. Feliz Navidad, contesta
él. ¿Vio esa explosión? Si, la vi, y vi de donde salió también, me dice. ¿Cómo?
¿De dónde? Le pregunto sorprendido. Si yo vi todas las luces esas raras allá
sobre el mar, dice él con su lengua trabada por la borrachera, y su usual manoteo. Pero yo sé que
eso es la juma que tengo que me hace ver cosas. Sí, eso es, le digo yo. Vayase
a la iglesia, le digo, que ahora están celebrando la misa de gallo. ¿A esta
hora? Me respondió el, sin yo comprender lo que quiere decir.
Sigo camino a casa, sudado y lleno de sal. Al entrar miro el reloj, son las
cinco de la mañana, me confundo. ¿Las cinco? Como van a ser las cinco, solo ha
pasado apenas una hora desde que llegué a la iglesia. De pronto la alarma del reloj suena. Tiro la mano rápidamente para apagarla, despertando del profundo sueño. Qué
alivio, me digo a mi mismo, sólo estaba soñando. ¿Fue un sueño verdad? Me
pregunto tratando de convencerme a mí mismo. Pero, ¿qué pasó durante las pasadas cinco horas?
No lo puedo contestar.
Desde entonces mis nochebuenas no son iguales, continúo mi búsqueda de los
cielos a ver si veo un trineo, o alguna otra cosa en las alturas, de las que
sólo existen en la imaginación, los sueños y las pesadillas.