Welcome to my blog. Another Day in "Paradiso" was created to capture and share news, moments, memories, photos, videos and more, that make our days. One of my favorite phrases is "another day in paradise", which we use often, sometimes sarcastically, referring to our daily living in otherwise not so perfect days. With this in mind, I have long adopted the phrase "otro dia en el paradiso" (another day in paradiso), remembering that in this imperfect world we must make our own "paradiso".



"Paradiso"

"Paradiso"
Viejo San Juan

26 sept 2014

Encuentro Cercano En Tallaboa: La Nochebuena - Por Edil Rentas

Para leer la primera parte click aqui: Otro Día en "Paradiso": Encuentro Cercano en Tallaboa    

Para leer la segunda parte click aqui: Otro Día en "Paradiso": Encuentro Cercano en Tallaboa, Segunda Parte


Es una fresca noche de diciembre de algún año de los 70. Me encuentro en la vieja iglesia de mi barrio, la cual está abarrotada de creyentes que han acudido a celebrar la misa de gallo. Allí están todos aquellos que acuden regularmente, y muchos de los que sólo van durante semana santa y navidad.  No hay un asiento vacío y varios niños pelean entre sí para poder sentarse. Al frente, un nacimiento viviente adorna el altar mientras el coro llena el aire de villancicos a varias voces como de costumbre, acompañados por el cuatro, guitarras, güiro, maracas, y panderetas. Los monaguillos pelean contra el sueño, bostezo tras bostezo, contagiando al que los mira. Entro a la iglesia y me dirijo al atrio superior en un intento por encontrar asiento, donde debo permanecer de pie en frente de una ventana al no encontrar alguno. Mientras canto al compás de la música, miro a la distancia las montañas de Peñuelas, donde las luces callejeras tiemblan de frío en la noche oscura. También puedo ver a la distancia prendiendo y apagando las luces navideñas de las decoraciones de las casas más cercanas.
  
  Mientras canto, mi mente deambula sonámbula, debido a las múltiples madrugadas de sueños perdidos para asistir a las misas de aguinaldo los días anteriores. Observo un singular y colorido arbolito a la distancia, del cual de pronto se desprenden dos pequeñas luces, una verde y una anaranjada, las cuales comienzan a flotar en el aire mientras giraban como si estuvieran sujetadas entre si. Parpadeo repetidamente en un intento de despertarme del aparente sueño que estoy teniendo, pero solo logró convencerme de que lo que estaba viendo no era producto del sueño, sino de algo irreal, de algo que existe sólo en la imaginación, los sueños y las pesadillas.
   
  ¿Pero será posible lo que estoy viendo? Me pregunto a mí mismo. ¿Habrán vuelto mis viajeros amigos como lo prometieron que lo harían durante nuestro último encuentro? Bajo las escaleras desde el atrio superior y me dirijo afuera de la capilla mientras buscó las juguetonas luces que bailaban entre sí. Las observo siguiendo su ondulada trayectoria, subiendo alto en el cielo, luego bajando en picada hasta casi estrellarse contra la tierra, para luego elevarse nuevamente a gran velocidad. También puedo observar a lo alto del firmamento algo parecido a una aurora boreal de color grisácea desplazarse lentamente en dirección a la playa. 
  
Pierdo de vista las juguetonas luces por lo que busco insistentemente mirando en todas direcciones. A todo esto nadie más parece percatarse de lo que está sucediendo a pesar que hay varias personas en el patio de la iglesia. En cambio yo, debatiendo entre el miedo y la excitación por lo que estoy viendo no puedo mediar palabra, me quedo mudo. A pesar de que son apenas pasadas la media noche, el cielo sobre mi comienza a esclarecer como si fueran las seis de la mañana. De manera casi imperceptible comienzo a notar moviéndose lentamente a gran altura, algo parecido a un gigantesco copo de nieve circular que cambiaba de colores, en tonos neones, azul, amarillo, verde, azul, amarillo, verde, repetidamente.
  
  Me transporto mentalmente al momento de despedida durante el segundo encuentro cercano en Playa Alegre, los colores de la nave bajo el agua eran iguales, pero el tamaño de la que ahora veo era decenas de veces más grande. Flotaba en el cielo moviéndose hacia el sureste, hacia la costa, mientras sus opacas luces pulsaban lentamente. Me da poco de temor por lo que me paré contra la pared del lado éste del edificio, como para esconderme, como si me estuvieran observando. Alguien entra por el portón de la iglesia y me ve mirando hacia arriba, e instintivamente voltea a mirar, entonces me pregunta, ¿qué miras? Nada, sólo espero a que pase Santa Claus en su trineo, le dije riéndome. Ya tu estas viejo para creer en Santa Claus, dice. Nunca se es viejo para creer en trineos u otras cosas voladoras.  Mire esas estrellas, ¿qué bonitas están verdad? Sin darle pista que yo estoy viendo algo. Sí preciosas, dijo volteándose nuevamente. Al no ver reacción alguna de su parte, entendí que sólo yo podía ver lo que estaba aconteciendo.

  ¿Porque, porque sólo yo puedo ver eso? Me pregunto a mí mismo repetidamente. Momento después diviso nuevamente el par de luces danzantes dirigirse en dirección de la playa, por encima del parque de pelota del el barrio, pero las pierdo de vista detrás de los arboles. Me separo de la pared y camino hacia el portón de entrada mientras miro en dirección al camino que va hacia el parque de pelota. Aún sin poder ver nada, camino rápidamente hacia el frente de la tienda de Don Goyo, la cual está justo a la entrada del camino que entra hacia el parque.

  El resplandor de la luna llena que sube ahora provee bastante luz para poder ver a donde me dirijo.  El gigantesco círculo de colores en forma de copo de nieve sigue desplazándose hacia la costa. Aunque tengo temor, sigo caminando, casi corriendo, pasado el parque adentrándome por las veredas que llevan hacia los lagos de sal que bordean la costa. Recordando mis experiencias anteriores, donde no había pasado nada malo en mis encuentros, tomo valentía y sigo hacia la playa del barrio, Playa Alegre. 
  
  Puedo ver con más claridad el gran disco que ahora flota un par de millas fuera de la costa, mientras las pequeñas luces juguetean rápidamente a su alrededor. Para cortar camino, tome el angosto puente que cruza por el medio de los lagos, caminando cuidadosamente para no perder el balance, o que se me fuera un pie entre los separados tablones de éste. Camino como hipnotizado por las luces hasta llegar a la playa justo frente a la montaña de sal, la cual había sido recientemente traída para ser procesada desde alguna isla caribeña. Con el corazón latiendo casi por salir de mi pecho, no sé si por la corrida o por el miedo, trepo con dificultad por la parte trasera de la montaña de sal, resbalando en los grandes granos sueltos, pintados de plateado por la luna, con esperanza de no ser visto. 
  
  Volteo y miro hacía el barrio el cual parece un gran árbol navideño adornado de extremo a extremo. Que bello mi barrio, me digo a mi mismo. Volteo y miro hacia el mar nuevamente y veo como el gran disco de pronto absorbe las dos pequeñas luces por uno de sus lados, con lo que pareció ser un pequeño relámpago. La nave está ahora como a dos mil pies de altura sobre el agua cerca del Cayo Marialanga, cuando como una docena de luces multicolores que salen del mar sube y entran dentro de la gigante nave. Yo estoy temblando, tal vez por el sudor y frío que me envuelven, tal vez por el punto de pánico que ahora me arropa. 
  
  El gran disco ahora se desplaza en dirección a la termoeléctrica en Guayanilla, y un gran rayo de luz potente color verde sale de él, posándose sobre lo que parece ser las instalaciones petroquímicas Union Carbide en la costa. Recuerdo inmediatamente la explosión y fuego que sucedió en la planta frente a la gomera El Cubano años atrás, y la nave que vi sobre el lugar en aquel momento. El rayo de luz es tan intenso que apenas puedo mirarlo. Su intensidad es como la de un arco de soldadura, pero verde neón intenso. 
  
  Cabummmmmm, una gran explosión se escucha seguida por llamaradas que se elevan cientos de pies en el aire, iluminando todo el cielo. Del susto, me voy rodando abajo por la montaña de sal, pero vuelvo y subo para seguir mirando. Es obvio que esta gente o lo que sean no son los mismos con quien yo me encontré la vez anterior, pues aquellos eran pacíficos y no creo que harían algo así,   pensé. Ahora sí que el miedo se está apoderando de mí, por lo que me deslizo montaña de sal abajo, y salgo corriendo en dirección a El Boquete, el pequeño sector costero al sureste del barrio. Miro hacia atrás mientras corro y noto como la gran nave comienza a opacarse hasta que no la pude ver más. Aún estaba quieta en el mismo sitio cuando la perdí de vista, y curiosamente no hay ningún reflejo de la luna en ella, como si fuera de un material mate, sin brillo.  
  
  Llego a la carretera militar y cruce hacia la Primera Calle del barrio por donde me dirijo a casa. Minutos más tarde escucho en el silencio de la noche las sirenas de los camiones de bomberos y ambulancias que se acercan para responder a la emergencia. Miro hacia el mar mientras camino pero ya no veo nada, solo las grandes llamaradas que se levantan a la distancia. Al pasar por el colmado de Tolín, frente a la fábrica de sal, veo a Don Valentín, el borracho habitual del barrio, sentado en las escaleras del negocio con su caneca de ron en la mano. Feliz Navidad Don Valentín. Feliz Navidad, contesta él. ¿Vio esa explosión? Si, la vi, y vi de donde salió también, me dice. ¿Cómo? ¿De dónde? Le pregunto sorprendido. Si yo vi todas las luces esas raras allá sobre el mar, dice él con su lengua trabada por la borrachera, y su usual manoteo. Pero yo sé que eso es la juma que tengo que me hace ver cosas. Sí, eso es, le digo yo. Vayase a la iglesia, le digo, que ahora están celebrando la misa de gallo. ¿A esta hora? Me respondió el, sin yo comprender lo que quiere decir.
  
  Sigo camino a casa, sudado y lleno de sal. Al entrar miro el reloj, son las cinco de la mañana, me confundo. ¿Las cinco? Como van a ser las cinco, solo ha pasado apenas una hora desde que llegué a la iglesia. De pronto la alarma del reloj suena. Tiro la mano rápidamente para apagarla, despertando del profundo sueño. Qué alivio, me digo a mi mismo, sólo estaba soñando. ¿Fue un sueño verdad? Me pregunto tratando de convencerme a mí mismo. Pero, ¿qué pasó durante las pasadas cinco horas? No lo puedo contestar. 

  Desde entonces mis nochebuenas no son iguales, continúo mi búsqueda de los cielos a ver si veo un trineo, o alguna otra cosa en las alturas, de las que sólo existen en la imaginación, los sueños y las pesadillas. 




15 jul 2014

In The Heat Of The Mango

It's a hot, hazy, Sunday afternoon in Ponce, Puerto Rico. The skies are greyed out by the long traveled sand dusts from the Sahara, which have crossed the Atlantic as it has occurred for millenniums. The town is quiet, people walk lazily around the tree lined and centennial buildings adorned plaza. 




Others sit on benches under the centuries old umbrella shaped trees, refreshed by the mist of the lion guarded fountain, enjoying the delicious ice creams from Los Chinitos, the decades old  famous ice cream parlor at the town square, across from the legendary black and red fire house, El Parque de Bombas. 



Los Chinito's ice creams are delicious, no matter what flavor you get. I'm having my favorite, guanabana or sour sop, which melts under the intense heat, prompting me to lick it quickly. It's always hard to chose between the so many delicious flavors, orange, coconut, passion fruit, peanuts, chocolate, or the decadent creamy vanilla, among others. 



But neither the ice cream, nor the fountain mist are enough to make you feel cool, so we decide to take a drive up to the mountain top country house, near the boundaries of Ponce, Jayuya and Adjuntas, to get a bit of relief from the scorching heat. As we reach the half point of the climb, the temperatures start dropping to more comfortable levels, while a fine mist rain falls, almost like snow flakes, blown from one side to the other.


On the way up we found many mango trees with ripe fruits. I stopped a few times to pick the many different varieties of the fruit, most of them the small, round, reddish and yellow sweet mango rosa, the tiny yellow mango jobito, and the sweet and tangy, yellowish green mango largo, my favorite. 



As I  gather some mangoes on the roadside, a beat up white Jeep Cherokee, driven by a dark tanned skin, unkept curly haired guy, stopped for a few moments and observed what I was doing. Then he and the dirty blond, short haired lady that accompanied him continued their way. 


I had seen the same guy drinking a beer earlier, when I passed him on the roadway, as he managed the curvy uphill road at low speed, giving me the impression that he could be drunk.  A few minutes later I passed the Cherokee again as it was stopped at a local roadside bar, which the guy and the gall had entered. A bit further down the road I found another tree with my favorite mangoes, mango largo or mango de piña, so I stopped to get some.  



As I was picking mangoes the Cherokee drives up once again, this time very slow as the blood shot eyes guy and the lady looked at me directly, saying nothing, even though they had the windows down. They passed slowly by me, and just as they passed my car, in which my wife Lucy and my mother in law sat, they stopped. The Cherokee then started to return towards me in reverse crossing the lanes as it got close to me. My wife who was in our car which was parked a bit of a distance away, saw what was happening so she started to honk the horn on the car to warn me of the situation.  Not knowing their intentions, I acted as if nothing was happening, ignoring their presence, but with a heightened sense of alertness, with the fight or flight reflex ready to be engaged. 


As I glanced with the corner of my eye I could see the lady getting something from the floor of the backseat of their car. The guy then yells at me with a obvious drunken voice. Amigo! As he moved something up from the back seat outside my view. Ven acá! He says. How can I help you, I replied. Here, take this, he says. Then to my surprise, he moves his two hands up with two huge mangoes, which dwarfed all the other ones I had picked, Take these, and don't let them get too ripe, as these will not get yellow like those you have, pointing to the handful of miniature mangos I was holding. Totally in shock and still trying to asses the situation, I took the two mangoes, as I thanked them for their unexpected nice gesture.



As they continued on their way, I returned to our car were my wife and my mother in law waited. What happened? Lucy asked. This, I said showing the handful of mangoes. What? She insists. What did they want? Look at these, showing her the huge mangoes. We were scared for a moment, she said. We all breathed a sign of relief, as we laughed of the moment.  I guess you can't judge a book by its cover, I said. 


We then continued on our way to the country house, where we enjoyed the cool afternoon, savoring some mangoes, waching Ponce in the distance sizzle in the hot afternoon.