Jicoteas cogiendo sol |
Desconozco como el lago adquirió su nombre. Tal vez fue porque el camino que llevaba a él, estaba en la joya detrás de la Casa de Don Modesto Borrero, pero en realidad no lo sé a ciencia cierta. Lo que si yo sé es que las primeras veces que yo hoy hablar de el lago, las historias que hacían, y como lo describían, por alguna razón me infundían miedo. Hablaban de un lago con sus orillas solo accesibles atravesando unas largas matas de guinea, las cuales yo desconocía, y de unas jicoteas que allí existían que podían morder a los que allí se bañaban. A mi edad entonces de unos 10 o 12 años, eso sonaba como la laguna de la película El Monstruo de la Laguna, y la jicotea como el temible monstruo.
El Monstruo del Lago de Modesto |
El lago ofrecía un ambiente de silencio, paz y tranquilidad, y sus aguas eran alimentadas por un pequeño flujo de agua que corría por una joya procedente desde el lado izquierdo. Quien podía imaginar que en los áridos montes de Tallaboa, podría existir un manantial que alimentara un lago. Que paraíso! La diminuta quebrada estaba bordeada de arboles y vegetación, ofreciendo un área de protección contra el sol. Por cierto fue en esa área donde se preparó un fogón con piedras y leña para calentar el aceite que sería luego usado para freír lo pájaros que fueron casados con el rifle.
A la verdad que al principio me dio pena ver como mataban las rolitas, pero cuando empezó a picar el hambre, me alegré de que llevaran el sartén, cuchillo y aceite, así como pan y otros algunos comestibles. Esa tal vez fue mi primera experiencia en el mundo “salvaje”, y a la verdad que la pasamos de maravilla. Una vez crecí y comencé a correr bicicleta, El Lago de Modesto se convirtió en uno de los sitios favoritos para yo visitar. Recuerdo que en variadas ocasiones fui allí con mi primo Tito, y también con mis amigos Carlitos y Luisito. Siempre era un refrigerio al espíritu el coger camino monte adentro para visitar el lago.
La última vez que lo visité sería para el año 1978 ó 79, cuando algunos de los jóvenes integrantes del Coro Santa Cecilia y la JAC fuimos allí de pasadía. No recuerdo muchos detalles de esa última visita, y solo en mi memoria está el recuerdo de nuestro camino de regreso de aquel pequeño paraíso. El resto siguen allí, presos por el monstruo de la laguna, en espera de que mis amigos que fueron ese día los liberen con sus comentarios.
No sé si el lago aún existe, pero el año pasado, mientras visité mi viejo barrio, pude ver la construcción de unos apartamentos a lo alto del monte opuesto a Tallaboa, amenazando tragarse al viejo camino, al viejo lago. Quisiera volver allí algún día antes de pasar del Paradiso al Paraíso, para revivir aquel miedo al monstruo del lago que cuando chico tuve, y luego la paz, tranquilidad, silencio y las buenas compañias y alegrías que allí compartí tantas décadas atrás.