Welcome to my blog. Another Day in "Paradiso" was created to capture and share news, moments, memories, photos, videos and more, that make our days. One of my favorite phrases is "another day in paradise", which we use often, sometimes sarcastically, referring to our daily living in otherwise not so perfect days. With this in mind, I have long adopted the phrase "otro dia en el paradiso" (another day in paradiso), remembering that in this imperfect world we must make our own "paradiso".



"Paradiso"

"Paradiso"
Viejo San Juan

24 abr 2010

Playa Alegre

Playa Alegre - 2010
 Mi último cuento, "Tallaboa Periódicos y Café", fue un torrente de recuerdos de mí querido barrio Tallaboa. Vinieron muchas memorias a mi mente de sitios, personas y momentos de antaño que evocaron aún más recuerdos, por mucho tiempo cubiertos por pensamientos recientes. Hay que reconocer, como dice mi amiga Helen, que recordar es vivir. Entre los muchos recuerdos que emanaron, surgen los de lo que es probablemente uno de los sitios favoritos para los que crecimos en el barrio, Playa Alegre.

Playa Alegre, como la solíamos llamar, nos es una Caña Gorda, ni una Playa Santa, ni mucho menos un Manglillo. No tiene arena blanca, ni una orilla llevadera, está llena de algas y en sitios hasta un babote de olor desagradable que de seguro se puede mercadear como humectante para la piel. En realidad, aunque nuestra playa favorita no era la más bonita, tenía un atractivo como ninguna otra. Nos atraía día a día con su silencio, su paz, y las amigables compañías que siempre allí disfrutábamos.

La costa de Tallaboa. Los lagos secos de la vieja fabrica de sal en frente.
Las primeras veces que fui a Playa Alegre lo hice en compañía de Don Toñin Velázquez y sus nietos. Solíamos ir, él tiraba tarraya y nosotros explorábamos los alrededores, mientras él nos pedía que no hiciéramos ruido ni tiráramos nada al agua para no espantar las sardinas. A medida que crecimos, Playa Alegre se convirtió en nuestro patio de juego. Iba allí semanalmente en mi bicicleta, a veces solo, pero a menudo acompañado por mi primo Tito, o mis amigos Carlitos y Luisito entre otros. Solíamos comprar “limbers” allí mismo en la playa en la casa creo que de Don Sixto, que se encontraba pasado el montón de sal; mi favorito era el de mantecado. Nos sentábamos en el tope de la montaña de sal a disfrutar los ”limbers”, contemplando el barrio a la distancia, el mar y unas puestas de sol incomparables.

La montaña de sal, blanca como la nieve, llegaba en barco, y era desembarcada en uno de los esperados eventos del barrio, donde los jóvenes trabajaban en la operación de desembarco trabajando las “bachas” las 24 horas al día. Recuerdo como ansiaba poder algún día trabajar en el proceso de traer la sal, pero yo era chiquito. Luego de desembarcada la sal, usábamos la montaña como sitio de juego, escalándola, deslizándonos y tirándonos por sus lados, como si se tratara de nieve. Luego del primer aguacero se ponía sólida como piedra, lista para pelar rodillas.

Cando con sus nietos pescando.
En Playa Alegre pasamos veranos enteros, de mañana a tarde, tostándonos como café, jugando, nadando, pescando, buceando y remando. Recuerdo mi inicial aprensión las primeras veces que fui a tirarme al agua desde el lado del montón. Lo veía tan profundo y peligroso y la otra orilla tan lejana, pero a medida que paso el tiempo, le perdí el miedo, hasta que logré cruzar a nado hasta el otro lado; tremenda conquista. En al menos una ocasión, “pescamos” un montón de almejas lavando la arena, las cuales Doña Rafaela preparo en un rico arroz con almejas. En otra ocasión, pescamos docenas de peces a palos, si, a palos. Sucede que “la salina” estaba vaciando los lagos no sé por qué razón y nosotros fuimos armado de palos y baldes, y a cantazo limpio cogimos varias docenas de peces, los cuales le dimos pa‘ abajo en tremenda “fritolera”.

Una de mis actividades favoritas era cuando íbamos temprano en la mañana a coger carruchos cuando todavía se podían encontrar cerca de la orilla. Caminábamos el bajo, recogiendo cuanto carrucho había, los llevábamos a la orilla, prendíamos una fogata, y a cocinar carruchos. A veces comíamos tantos, hasta hartarnos. Años más tarde ya esto no era posible pues solo se conseguían en lo profundo, y yo estoy casi seguro que no fue nuestra culpa el que desaparecieran.

Una vez mientras estaba en el montón, llego un inmenso helicóptero blanco con franjas rojas, los Guarda Costas, a chequear un barco que apareció abandonado en la orilla de la playa. Decían las malas lenguas que había sido usado para transportar drogas, pero aunque el barco no me impresiono, el helicóptero sí. Años más tarde tuve la oportunidad de volar en uno de esos helicópteros después que entré a la Guarda Costera, a donde serví por 22 años.

Esqueletos de barcos hoy "adornan" nuestra playa.
Playa Alegre ya no es la misma. La Salina ya no existe. Oí que años atrás trataron de convertir los lagos y que en un criadero de camarones, en un tiempo prohibiendo el paso para la playa, lo que provocó protestas. Extranjeros trajeron unos esqueletos de barcos y que para hacer un casino flotante, los cuales ahora “adornan” nuestra playa, y parten el corazón de los que la disfrutamos en el pasado. Hoy yo me pregunto, como permitieron tal desastre.

Hace muchos años que no voy a Playa Alegre, pero como le dije a mi amiga Socorro, estoy deseoso de visitarla nuevamente; no sé qué voy a encontrar. El mirador al tope de la montaña de sal ya no existe, pero aún así deseo ir de nuevo para desde allí, disfrutando de un “limber” imaginario, poder recordar las viejas amistades mientras admiro nuestro barrio, el mar, una puesta de sol, como en los viejos tiempos.

El Boquete - 2010



18 abr 2010

Tallaboa, Periódicos y Café


Esta mañana como todos los domingos salí al frente de mi casa a buscar el periódico, el cual por lo general leo mientras me tomo una rica taza de café. No sé si a ti te sucede, pero a menudo mi mente se traslada a través del tiempo y me lleva por breves momentos a tiempos pasados en vivos micro-viajes que saben a nostalgia. Cuando recogí el periódico de la grama esta mañana hice uno de esas huidas de la realidad, donde me trasladé a mi viejo barrio de Tallaboa, Encarnación de Peñuelas.

Momentáneamente me encontré en mi vieja bicicleta azul con su asiento “banana” , temprano en la mañana, corriendo por las calles de mi barrio entregando los atesorados periódicos a quienes ansiosamente lo esperaban para consumirlo con el café de la mañana. En cuestión de segundos corrí todas las calles, subiendo y bajando cuestas, lo que en aquel tiempo me tomaba aproximadamente una hora.

Recuerdo que me levantaba como a las cinco y media de la mañana, amarraba la bolsa de porteador de tela de El Día en el manubrio de la bicicleta y la llenaba con los periódicos El Día y El Mundo. En mi ruta usual me dirigía primero hacia El Pueblito donde recogía el periódico The San Juan Star en la tienda de Don Gelo, del lado de su motora guagua Cushman. De ahí me dirigía hacia el fondo del Pueblito donde entregaba el periódico en la casa de la ahora fallecida Mrs. Díaz, nuestra querida maestra de inglés.

Luego subía nuevamente a la Primera Calle donde cogía rumbo a El Boquete dejando el periódico donde esperaban, unos por El Día y otros por El Mundo. Ahora me pregunto qué les hacia preferir el uno ó el otro, si era la diferencia en tamaño, o las diferentes perspectivas políticas que esto ofrecían. Intento recordar a los tantos clientes que tenía, quienes confiaban en mí para traerle las noticias día, pero me es imposible después de 37 años.

En El Boquete entregaba El San Juan Star a mis varios clientes americanos que preferían la noticia en ingles. De ahí subía por la cuesta de lado de la casa de la querida Pepita, quien se encuentra con El Señor desde hace dos semanas, en rumbo a la Segunda Calle. Pasaba por el frente de la casa de los Plana, bajaba a toda velocidad la cuesta de los Cuascut y los Valentín. Luego bajaba y subía los dos lados de la cuesta de Agustín El Barbero, cruzando la intersección sin detenerme, donde una vez accidentalmente me encontré con el guardalodos trasero del la “station wagon” blanca de Carlin Velazquez, mi segundo padre, y quien se preocupó mas por mí cojo caminar que por el golpe que le di a su guagua.

Continuando hacia el oeste, pasaba por la vieja casa de los Velázquez, Irma la enfermera, Filipo, los Casiano, Patin, la tienda de los Nigaglioni, Don Rafa, Edmé y Tati, Ketty, y Gardel hasta llegar a la temida cuesta de Dona Soty. La cuesta de Dona Soty, como la apodábamos los ciclistas del barrio, era la cuesta más empinada del barrio, donde los muchachos mediamos fuerzas a ver quién podía subirla completa sin detenerse. Para ese tiempo, mi vieja bicicleta ni yo resistíamos el poder subirla a pedal por lo que empujaba la bicicleta, ya mucho más liviana de periódicos. Pero no se equivoquen, yo subía esta cuesta a diario con alegría pues se acercaba mi parada favorita, la casa de Doña Soty. A mitad de la cuesta me detenía en su casa a entregar el periódico, pero también a disfrutar de la rica taza de café negro, dulce como la caña, que ella me ofrecía cada mañana. Parado en el balcón disfrutaba del café que me calentaba el alma y me daba el primer empuje del día, mientras contemplaba el paisaje hacia el mar y conversaba con Doña Soty. Tal vez fue de ahí que adopté la costumbre del periódico y el café de la mañana.

Luego de ahí terminaba de subir la cuesta, seguía por la tercera calle, pasaba la casa de Don Perfecto, “Titi Fina”, Vietnam, El Chino, los Bracero, donde recuerdo dejar el periódico pues me encantaba la preciosa vista desde el balcon hacia Playa Alegre. Bajaba la cuesta de la casa de Pichie, subía el lado opuesto frente a la casa de Angela y Eva, continuaba hacia el este pasando las casas de don Atilano, Don Francisco, Don Jerry, a quien apodabamos Daktari por su viejo Jeep descapotado, su pelo largo y su sombrero estilo Indiana Jones. Luego pasaba la casa de de mis tíos Georgina y “Wiso" y finalmente subia la cuesta de Mildred y Ernesto, hasta terminar la Tercera Calle.

Completada mi ruta y mi rutina de ejercicios, me dirigía a casa con el sabor a café en mi boca para prepárame para ir a la escuela. Ah, y si no lo dije antes creo que es el momento apropiado para dar las gracias a todos los que apoyaron mi primer trabajo comprando mis periódicos, y sobre todo a Doña Soty por ofrecerme tan rico café. Wow, que viajecito!