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Playa Alegre - 2010 |
Mi último cuento, "Tallaboa Periódicos y Café", fue un torrente de recuerdos de mí querido barrio Tallaboa. Vinieron muchas memorias a mi mente de sitios, personas y momentos de antaño que evocaron aún más recuerdos, por mucho tiempo cubiertos por pensamientos recientes. Hay que reconocer, como dice mi amiga Helen, que recordar es vivir. Entre los muchos recuerdos que emanaron, surgen los de lo que es probablemente uno de los sitios favoritos para los que crecimos en el barrio, Playa Alegre.
Playa Alegre, como la solíamos llamar, nos es una Caña Gorda, ni una Playa Santa, ni mucho menos un Manglillo. No tiene arena blanca, ni una orilla llevadera, está llena de algas y en sitios hasta un babote de olor desagradable que de seguro se puede mercadear como humectante para la piel. En realidad, aunque nuestra playa favorita no era la más bonita, tenía un atractivo como ninguna otra. Nos atraía día a día con su silencio, su paz, y las amigables compañías que siempre allí disfrutábamos.
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La costa de Tallaboa. Los lagos secos de la vieja fabrica de sal en frente. |
Las primeras veces que fui a Playa Alegre lo hice en compañía de Don Toñin Velázquez y sus nietos. Solíamos ir, él tiraba tarraya y nosotros explorábamos los alrededores, mientras él nos pedía que no hiciéramos ruido ni tiráramos nada al agua para no espantar las sardinas. A medida que crecimos, Playa Alegre se convirtió en nuestro patio de juego. Iba allí semanalmente en mi bicicleta, a veces solo, pero a menudo acompañado por mi primo Tito, o mis amigos Carlitos y Luisito entre otros. Solíamos comprar “limbers” allí mismo en la playa en la casa creo que de Don Sixto, que se encontraba pasado el montón de sal; mi favorito era el de mantecado. Nos sentábamos en el tope de la montaña de sal a disfrutar los ”limbers”, contemplando el barrio a la distancia, el mar y unas puestas de sol incomparables.
La montaña de sal, blanca como la nieve, llegaba en barco, y era desembarcada en uno de los esperados eventos del barrio, donde los jóvenes trabajaban en la operación de desembarco trabajando las “bachas” las 24 horas al día. Recuerdo como ansiaba poder algún día trabajar en el proceso de traer la sal, pero yo era chiquito. Luego de desembarcada la sal, usábamos la montaña como sitio de juego, escalándola, deslizándonos y tirándonos por sus lados, como si se tratara de nieve. Luego del primer aguacero se ponía sólida como piedra, lista para pelar rodillas.
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Cando con sus nietos pescando. |
En Playa Alegre pasamos veranos enteros, de mañana a tarde, tostándonos como café, jugando, nadando, pescando, buceando y remando. Recuerdo mi inicial aprensión las primeras veces que fui a tirarme al agua desde el lado del montón. Lo veía tan profundo y peligroso y la otra orilla tan lejana, pero a medida que paso el tiempo, le perdí el miedo, hasta que logré cruzar a nado hasta el otro lado; tremenda conquista. En al menos una ocasión, “pescamos” un montón de almejas lavando la arena, las cuales Doña Rafaela preparo en un rico arroz con almejas. En otra ocasión, pescamos docenas de peces a palos, si, a palos. Sucede que “la salina” estaba vaciando los lagos no sé por qué razón y nosotros fuimos armado de palos y baldes, y a cantazo limpio cogimos varias docenas de peces, los cuales le dimos pa‘ abajo en tremenda “fritolera”.
Una de mis actividades favoritas era cuando íbamos temprano en la mañana a coger carruchos cuando todavía se podían encontrar cerca de la orilla. Caminábamos el bajo, recogiendo cuanto carrucho había, los llevábamos a la orilla, prendíamos una fogata, y a cocinar carruchos. A veces comíamos tantos, hasta hartarnos. Años más tarde ya esto no era posible pues solo se conseguían en lo profundo, y yo estoy casi seguro que no fue nuestra culpa el que desaparecieran.
Una vez mientras estaba en el montón, llego un inmenso helicóptero blanco con franjas rojas, los Guarda Costas, a chequear un barco que apareció abandonado en la orilla de la playa. Decían las malas lenguas que había sido usado para transportar drogas, pero aunque el barco no me impresiono, el helicóptero sí. Años más tarde tuve la oportunidad de volar en uno de esos helicópteros después que entré a la Guarda Costera, a donde serví por 22 años.
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Esqueletos de barcos hoy "adornan" nuestra playa. |
Playa Alegre ya no es la misma. La Salina ya no existe. Oí que años atrás trataron de convertir los lagos y que en un criadero de camarones, en un tiempo prohibiendo el paso para la playa, lo que provocó protestas. Extranjeros trajeron unos esqueletos de barcos y que para hacer un casino flotante, los cuales ahora “adornan” nuestra playa, y parten el corazón de los que la disfrutamos en el pasado. Hoy yo me pregunto, como permitieron tal desastre.
Hace muchos años que no voy a Playa Alegre, pero como le dije a mi amiga Socorro, estoy deseoso de visitarla nuevamente; no sé qué voy a encontrar. El mirador al tope de la montaña de sal ya no existe, pero aún así deseo ir de nuevo para desde allí, disfrutando de un “limber” imaginario, poder recordar las viejas amistades mientras admiro nuestro barrio, el mar, una puesta de sol, como en los viejos tiempos.
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El Boquete - 2010 |